Poema



(Autorretrato)



NO sé bien el porqué, pero sucede
que me paso la vida coleccionando inviernos
como cromos antiguos:
el verdín de las tapias,
el agua de los charcos,
la nieve por caer de la memoria
y la hoja de diciembre de un almanaque escrita
al dorso de otro frío.

No conozco el motivo, pero a veces ocurre
que voy viviendo a tientas
y me pierdo por largas avenidas sin nombre
de portales sin número,
con los ojos sin brillo y con barba de unos días,
sabiendo a ciencia cierta
que tan sólo es posible seguir hacia delante.

No consigo explicármelo, pero el caso es que siempre
acabo por echar todo a perder
con esta irremediable propensión al recuerdo,
con mi vieja manía
de ver el porvenir así, tan mate
como el agua estancada
pero que llega y pasa sobre mí como un río
con esta incontenible celeridad de ahora.

No entiendo cómo entonces, inesperadamente,
hay mañanas que encuentro cada cosa en su sitio,
las palabras exactas,
las horas puntuales
y que me miro yo y me reconozco
delante del espejo.
Hay mañanas, ya digo, que empiezan casi alegres
y la esperanza irrumpe con el sol en lo alto,
pero no sobreviven
porque escribo la tarde con la t de tristeza
y me da por pensar y no escarmiento
de llevarme a la cama cualquier contrariedad.

No lo voy a negar, nunca he tenido
los pies sobre la tierra,
ni ahora que ya gozo, como suele decirse,
de una cierta experiencia de la vida
me ocupo de las cosas que debiera:
del coche, del dinero, del prestigio,
no sé, de todo aquello
que un hombre de mi edad considera importante,
y ni como ni duermo entre carpetas azules,
entre viejos recortes que se han puesto amarillos,
asomándome al mundo
con los libros forrados y la mirada en cueros
buscando en todas partes el verso que no llega,
a solas con mi tanto por ciento de amargura,
hasta que al fin un día
la soledad, los años, un dolor, qué más da,
lo que quiera que sea venga a escribir su nombre
por detrás de ese frío que ha de hacerme el favor
de cerrarme estos ojos en mitad del olvido.


                                                          JUAN CARLOS DE LARA